Molimbo y el manantial secreto
Stéphanie Mettas
Translated by Alicia Martorell
En un pueblecito africano llamado Kwané vivía un niño cuyo nombre era Molimbo. Era el menor de una familia de seis, tenía tres hermanos y dos hermanas. Todo el mundo lo conocía. Pasaba el rato charlando de choza en choza, pero lo que más le gustaba era ayudar a los demás. A menudo recogía leña para el fuego de la anciana Baduwa, pues le costaba mucho agacharse, o bien ayudaba a Dafo (a quien había apodado «el melenudo») a preparar las trenzas que luego vendería en el mercado. Sin embargo, lo que hacía sin falta era ir a buscar agua al pozo para todos los habitantes. Se sentía muy feliz trayendo los baldes llenos de agua y llenando el pequeño depósito instalado en el centro del pueblo. El agua, tan valiosa, representaba para Molimbo toda la vida del pueblo. A menudo gritaba: «¡Soy el guardián del agua! Es un tesoro, la protejo porque sin ella no somos nadie. ¡Llámenme Molimbo, el guardián del agua!»
Como el pozo estaba fuera del pueblo, Molimbo llenaba regularmente el pequeño depósito para que todo el mundo pudiera sacar agua cuando la necesitase. Con sus doce años, Molimbo vivía en paz y solo se preocupaba de la felicidad y del bienestar de su familia y de la aldea.
Un día, cuando iba al pozo como siempre, tuvo un mal presentimiento. Algo le preocupaba, pero todavía no sabía qué era. Al llegar al pozo, Molimbo se descompuso, ya no reconocía el lugar, siempre tan bello, tan mágico... El pozo estaba ahí, pero Molimbo tenía la sensación de que había ocurrido algo muy grave.
Cuando quiso sacar agua como siempre, no salió ni una gota. Solo se oía el ruido sordo del balde cayendo al fondo del pozo. «¿Qué ha pasado? —pensó—. Ayer fui a buscar agua para llenar el depósito. ¡No es posible! Soy el guardián del agua, la protejo, debo averiguar dónde está».
Molimbo, que solo quería la felicidad de su aldea, decidió no decir nada de momento para no preocupar a sus vecinos. Volvió a su casa como si no hubiera pasado nada y guardó en un saco una cuerda, una pala, un cuchillo, un poco de comida y una cantimplora. Estaba decidido a encontrar el agua a toda costa.
Nadie sabía lo que había pasado, estaba seguro, porque los vecinos de la aldea casi nunca iban al pozo desde que él se ocupaba de rellenar el depósito.
Molimbo estaba muy preocupado, no había tiempo que perder. Enseguida ató la cuerda junto al pozo y la usó para deslizarse por las paredes húmedas. Cuanto más bajaba, más se le encogía el corazón, le retumbaba la cabezarespiraba agitado. Ya había sentido lo mismo una vez, cuando fue a cazar perdices con su padre. Fue en abril, el momento más propicio para capturarlas. Molimbo había pasado muchísimo rato preparando las trampas, estaba seguro de haber escuchado a una perdiz entre los arbustos. Se había acercado y había visto al ave intentando liberar su pata. Había preparado el saco, pero en el momento de capturarla, una fracción de segundo había sido suficiente para que el pájaro se escapara.
Allí, en el fondo del pozo, esa sensación de fracaso invadió de nuevo a Molimbo y se puso a llorar. Estaba solo, todo estaba oscuro, ¿qué podía hacer? Se secó los ojos y reflexionó un instante. Se puso a palpar las paredes del pozo y casualmente dio con un agujero pequeño que se iba ensanchando. Subió a la superficie, sacó la palita que se había llevado y empezó a cavar hasta que consiguió meterse en el agujero. Fue reptando por el curioso túnel, húmedo y oscuro. No veía casi nada y se guiaba por el tacto. Avanzó durante mucho tiempo, hasta que se detuvo un instante para comer, pues estaba muy cansado.
Tras avanzar un largo rato, llegó a una gruta magnífica. El techo estaba tapizado con estalactitas centelleantes que brillaban con reflejos azules; unas gotitas se deslizaban desde el techo. Molimbo no podía creer lo que estaba viendo... ¿Dónde estaba?
Se quedó mucho tiempo inmóvil contemplando ese lugar mágico. Nunca en toda su vida había visto nada tan bello. Luego avanzó en silencio hasta escuchar un ligero murmullo, un murmullo familiar, el del agua que fluye y chapotea... Emocionado ante la idea de haber encontrado agua, siguió el ruido hasta un enorme montón de piedras que se alzaba ante él como un gigante. Estaba seguro, el agua estaba detrás...
Ahora tenía que encontrar la forma de llegar hasta ese lugar. Molimbo observó con atención la gruta y vio otro pequeño túnel como el que le había permitido llegar hasta allí. Se deslizó y llegó a otra sala, tan hermosa como la primera. El ruido del agua era tan fuerte que enseguida Molimbo se dio cuenta de que salía de una cascada y llenaba un enorme estanque. El corazón de Molimbo se puso a latir fuerte, estaba feliz, era el guardián del agua y la había encontrado por fin. Sin pensárselo, se metió en el estanque, nunca había visto tanta agua junta...
Cuando estaba saliendo, feliz y maravillado, escuchó de golpe: «Eh, tú, ¿de dónde sales?» Un muchacho de su misma edad le miraba fijamente.
—Me llamo Bakari, ¿y tú? —preguntó el niño.
—Me llamo Molimbo, vengo del pueblo que está al otro lado de esta gruta.
Molimbo y Bakari pasaron el resto del día contándose su historia. Molimbo comprendió entonces que hacía dos días que se había marchado de su casa, el túnel le había parecido tan largo... Ahora lo entendía mejor.
Explicó a Bakari que estaba buscando agua y que tenía miedo de que su pueblo se quedara sin ella. Bakari le habló del día en que había encontrado ese fabuloso manantial secreto. ¡Antes, en su pueblo debían recorrer varios kilómetros para buscar agua! Este manantial era un milagro, ahora era una fuente sagrada. Para no desperdiciar el agua, habían bloqueado los pasajes por los que fluía y se habían quedado con una sola entrada. Por eso el pozo del pueblo de Molimbo se había quedado sin agua.
Bakari llevó a Molimbo a Boka, su aldea, y le contó toda la historia al jefe, que no se lo podía creer: «Has demostrado mucho valor, Molimbo, guardián del agua. Ahora puedes volver y tranquilizar a tu familia, que estará preocupada por tu ausencia».
Molimbo durmió en el pueblo de Bakari y, por la mañana temprano, tomó el camino de Kwané, su aldea.
Cuando vieron a Molimbo, lo abrazaron locos de alegría de volverlo a ver. Sus padres lloraban de felicidad.
Los jefes de ambas aldeas decidieron reunirse para hablar del manantial secreto... Tras su charla, las dos aldeas se fusionaron con el nombre de «Bokakwané» y los vecinos se ayudaron unos a otros para construir nuevas chozas más cerca del manantial.
Desde aquel día, Molimbo y Bakari fueron los guardianes del agua, la protegieron, pues sabían que era un bien preciado y que de ella dependía la supervivencia de su nueva aldea. Se convirtieron en los mejores amigos del mundo.