Anfiteatro B

Océane D. River

Image of Océane D. River

Océane D. River

Escucho la radio sin prestar atención. Están pasando el horóscopo, los distintos signos del zodíaco y las «predicciones» para cada uno. Es cosa de chicas, pensar que un planeta así o asá pueda tener un impacto sobre toda una población solo por compartir el mismo signo.

No obstante, cuando llega el turno de sagitario, a mi pesar presto algo más de atención a lo que dice el locutor: «Amor: es su día de suerte». Me encojo de hombros y lanzo un suspiro que es a la vez de irritación y decepción. Hace unos años, cuando todavía iba al colegio, me declaré a la chica de la que estaba enamorado el día que me lo aconsejaba mi horóscopo… Desde entonces, prefiero mantenerme a distancia de esas tonterías.

Decido no pensar en ninguna otra cosa relacionada con los horóscopos y entro en el aparcamiento de la universidad.

Un vistazo al reloj digital del coche me indica que más vale que me despabile si no quiero llegar tarde a clase… Salgo corriendo del vehículo, con el abrigo debajo del brazo y el teléfono en la mano para consultar a qué anfiteatro tengo que ir en la aplicación de la facultad.

Solo faltan cuatro minutos para que empiece la clase. Salgo corriendo hacia el anfiteatro B, pero claro, ya no queda sitio… Busco con la mirada a Matías, pero el muy traidor ni siquiera me ha guardado un asiento; nuestras miradas se cruzan y se disculpa con un gesto. Suspiro, sabiendo de sobra que no es sincero, ya que no despega los ojos de la chica que está sentada a su lado. Pobrecita, qué idea, sentarse junto a un donjuán sin remedio.

Bueno, seguro que es un idilio precioso, pero como este bobo me ha dejado tirado, tendré que encontrar sitio por mi cuenta. Bajo a las primeras filas y me siento rápidamente en una butaca vacía en el extremo de una fila, en el momento en que el profesor está entrando por la puerta.

Giro la cabeza hacia la izquierda: mi vecina me mira, un tanto sorprendida de mi aparición precipitada. Me dedica media sonrisa y vuelve a fijarse en su computadora, donde los dedos recorren el teclado para tomar apuntes de la clase que acaba de empezar. Mientras saco la computadora, la miro de reojo y le hago la ficha completa. Es una chica corriente, de pelo castaño claro que le llega a los hombros. Inclinándome un poco, miro sus ojos de un marrón profundo detrás de los anteojos. Se tensa, me mira confundida por mi actitud.

Sin perder la sangre fría, salvo la situación preguntando sobre algo que había dicho el profesor, que no había tenido tiempo de apuntar. Parece más tranquila, me sonríe y me enseña su pantalla para que pueda ver lo que ha puesto. Le doy las gracias y baja la cabeza con una sonrisa.

Bueno, no es muy charlatana, una actitud más bien normal en plena clase… Y al menos me ha sonreído, una sonrisa de verdad, sin trampas, de esas que cada vez se ven menos. Le pido más ayuda para que me vuelva a sonreír, aunque en realidad no necesito nada, pero procuro no abusar para que pueda seguir tomando apuntes.

La miro sin complejos, descubro sus rasgos finos, los pómulos altos, los ojos llenos de vida; vista de cerca es bastante guapa. ¡Mierda, le presto demasiada atención! Quizá... No, no, no. De repente me acuerdo de mi horóscopo y me cierro como una ostra, negándome a caer dos veces en la misma trampa estúpida.

Dejo de pedirle ayuda. Al cabo de un momento me mira sorprendida, quizá decepcionada, y se vuelve a concentrar en la clase.

Cuando terminamos, guardo rápidamente mis cosas, apurado por alejarme de este espejismo romántico. Estoy saliendo ya cuando noto que me sujetan por el brazo.

Me doy la vuelta, con una vaga esperanza: mi misteriosa desconocida me retiene, con la boca entreabierta, como para decirme algo. Mi cerebro está funcionando a cien por hora, imaginando cien mil situaciones improbables, tanto que acabo esperando una ardiente declaración de amor que podría borrar mi decepcionante recuerdo horoscópico… Pero lo único que hace es darme un teléfono, mi teléfono, que había olvidado con tanta precipitación.

Decepcionado y mortificado por mi despiste, le doy rápidamente las gracias y me dirijo hacia la salida. Matías, que ha sido testigo de la escena, me alcanza y me da una palmada en la espalda mirándome de reojo, lo que quiere decir claramente «Enhorabuena por la chica». Lo fusilo con la mirada para hacerle entender que no estoy de humor. Lo deja estar y se larga tras su conquista del día. Yo, por mi parte, me doy cuenta de que un trozo de papel sobresale de la carcasa del teléfono. Logro sacarlo y, cuando lo abro, una inmensa sonrisa me ilumina la cara: un número. Un número de teléfono.

We love sharing Short Stories

Select a Story Collection
171