La criatura pavorosa de Bruzilla

Arielle Maidon

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Arielle Maidon

Translated by Alicia Martorell

Bruzilla era una anciana bruja que vivía en el fondo del bosque. Tenía una particularidad: detestaba a los niños. ¡A todos los niños! Bebés, chamacos, adolescentes, niños y niñas, gemelos, hijos únicos, superdotados, no soportaba ningún modelo de niño.

Por esta razón vivía escondida en el fondo del bosque, donde no se acercaría ningún niño. Incluso en el fondo de su guarida, el mero hecho de pensar en caritas cachetonas e inocentes, quizá incluso sonriendo de oreja a oreja, le provocaba accesos de rabia.

Un día, decidió acabar con todo aquello. «La mejor defensa es el ataque», solía burlarse su madre, la cruel Rogomma, bien conocida por sus fechorías y por su maldad crónica.

Bruzilla se puso manos a la obra. Se lanzó a hacer el croquis de una criatura de crueldad inaudita: su lápiz marcaba profundamente el papel mientras dibujaba a la crápula a la que esos niños tan tontos temerían como si fuera el hombre del saco. Ante el resultado, escupió de felicidad: el terror se extendería, su criatura acumularía un crimen tras otro y los niños desaparecerían del país para siempre.

Decidió vestir a su monstruo con un traje color rojo sangre: una capa ancha y unos pantalones bombachos. Llevaría un gorro enorme para ocultar su rostro, del que solo se vería una barba hirsuta.

Estaba muy contenta de su hallazgo: los niños detestan las barbas, pican y dan miedo. Luego le puso unos guantes, para no dejar huellas y, para completar el cuadro, un saco sin fondo a la espalda en el que arrojaría a sus víctimas. Sería un monstruo muy corpulento para aterrorizar a primera vista a las desgraciadas criaturas que se atreviesen a mirarlo a los ojos.

Se frotó las manos, secas y ganchudas, y empezó a reunir los ingredientes para preparar la mezcla infame de la que nacería su monstruoso proyecto.

Durante una noche glacial dio el toque final a su obra maestra. Mientras lanzaba la última pizca de condimentos maléficos a la marmita en la que hervía a fuego lento su criatura, gritó:

—¡Y ahora sal de aquí, horror maravilloso!

Envuelta en una nube de vapor de olor agrio, vio dibujarse una silueta gigantesca. Luego el monstruo salió de la marmita y se alzó ante ella emitiendo un sonido inquietante:

—¡Joooo jo jo!

Se emocionó: era incluso mejor que en los planos. ¡Esa barba peluda! ¡El barrigón! Estaba muy orgullosa de las pesadas botas negras a juego con el grueso cinturón. ¡Menudo hallazgo! ¡Botas de ogro!

Desgraciadamente para ella, Bruzilla era muy malvada, pero no era tan hábil como pensaba en cuestiones de magia negra. Enseguida se dio cuenta cuando el monstruo, acercándose a ella, dibujó en su carota una cálida sonrisa. Retrocedió espantada. Luego el monstruo la estrechó entre sus brazos antes de que pudiera abrir la boca. Y cuando le preguntó si había sido una brujita buena, casi se desmaya de furor. Muy decidida a sacar adelante su proyecto, empezó a domesticar a su criatura.

—Escúchame —le dijo—. Los niños son odiosos. Hay que asustarlos. ¡Repite conmigo!
—Los niños son afectuosos, hay que revolverles el pelo —prosiguió el barbudo, asintiendo con la cabeza para mostrar que lo había entendido.
—¡Nooooo! —aulló Bruzilla—. Para empezar, quiero que les des a esos niños unas buenas cachetadas.
—Voy a repartir un montón de regalos —repitió dócilmente el gigante rojo.

Bruzilla se arrancaba los pelos a puñados. Se obstinó:

—¡No seas estúpido! ¡Los niños son un espanto, hay que destruirlos!
—Sí, los niños son muy lindos, hay que regalarles una sonrisa —asintió muy concentrado.

Bruzilla se golpeaba la cabeza contra la pared.

—Tu-mi-sión es a-te-rro-ri-zar a los ni-ños —dijo articulando exageradamente.
—¿Mi pasión es bajar por la chimenea? —contestó la criatura—. ¡Tendré que ponerme a entrenar!

Bruzilla se puso roja de ira. Casi echaba humo por las narices. No era una bruja muy paciente, pero lo intentó una vez más.

—Quiero que destruyas a todos los niños —dijo escupiendo saliva, con los dientes apretados de rabia.
—¡Encontrarán una sorpresa bajo el árbol! —exclamó el monstruo estrechándola de nuevo entre sus brazos—. ¡Oh! ¡Gracias! Adooooro este trabajo. ¿Cuándo puedo empezar?

Esta vez, a Bruzilla se le había acabado la paciencia. Abrió la puerta de su choza, echó al gigante a empujones, sin preocuparse de la nieve que caía en gran cantidad. Antes de cerrar con un portazo, le lanzó un chorro de insultos, al que el monstruo respondió amablemente, dándole las gracias por su gentileza. Luego se puso en camino, pero no sabía a dónde iba.

Su camino le llevó directo al Polo Norte. Allí encontró a un anciano tan barbudo como él, vestido con un traje parecido al suyo. ¡Era Papá Noel, claro! Al verle tiritando, lo invitó a tomar un chocolate caliente en su cabaña. Estaba encantado de su llegada. Empezaba a sentirse viejo y cansado, y el monstruo se parecía a él, pero más joven.

Enseguida le propuso que le ayudase y más tarde ocupara su lugar, realizando el mismo trabajo que él realizaba desde hacía tantos años, lo que provocó un estallido de júbilo.

—Te vendrán a ver muchos niños. Que no te importe sentarlos en tus rodillas, e incluso revolverles el pelo si son simpáticos —explicó.
—Estoy al corriente —sonrió el barbudo.
—Ya sabes que los niños son muy buenos —insistió Papá Noel—. ¡No dejes de sonreír!
—Sí, ya sé —respondió el candidato encantado
—Solo trabajamos un mes al año, pero es duro —suspiró el anciano—. La parte más fácil es reunirse con los niños y preguntarles si han sido buenos. Luego, el día D, hay que trepar por los techos, bajar por las chimeneas y dejar los regalos sin ruido, para que la sorpresa sea perfecta al día siguiente.
—Sí, ya me lo han explicado —afirmó el monstruo, no tan monstruoso como parecía—. ¿Cuándo puedo empezar?

Chocaron esos cinco y se pusieron de acuerdo: para la próxima gira, que tendría lugar al día siguiente, Papá Noel acompañaría al aspirante para explicarle todo lo que necesitaba saber.

El candidato resultó ser un alumno muy talentoso y paciente, sonriente y atento para no dar miedo a los niños (a veces los niños muy pequeños tienen miedo de Papá Noel). También tenía mucha imaginación encontrando escondites para los regalos.

Y así es como se convirtió en el más amable, más atento, más dulce Papá Noel y su fama se extendió por el mundo entero.

Cuando, desde el fondo del bosque, Bruzilla supo de la enorme fama de su criatura, tuvo un tal ataque de ira que se cayó en la marmita y se transformó en... Pero eso ya es otra historia.

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